Muerto en Madrid

Abandono con prisas el centro comercial que nunca cierra y la comitiva trata de seguir con regular éxito al furgón negro que atraviesa la M-30 a toda velocidad. Al llegar a la ciudad de los muertos, un anónimo sacerdote recita de memoria, apresurado, un impersonal sermón apoyándose en la pequeña chuleta que lleva en su mano para pronunciar, cuando toca, mi nombre. A las puertas de la capilla rocía con el isopo el coche fúnebre que arranca acto seguido hasta el lugar del sepelio; una cuadrilla de trabajadores cumplen con la rutina de su diaria labor entre comentarios sobre la mejor colocación de la caja para la inhumación. ¿Las flores dentro o fuera? -pregunta uno de los enterradores- y la voz, tímida al principio, de uno de los presentes rompe el silencio y los llantos de mis familiares, adquiriendo protagonismo con una oración de la que algunos no se acuerdan y murmuran entre dientes mientras piensan que no hay sol de verano capaz de calentar el frío que sienten adentro. La hilera de coches abandona la necrópolis y, a la salida del cementerio conectan la radio para cambiar a ritmo de pop todos sus pensamientos. Ya solo, tarareo "me siento tan vivo pero tan enterrado..." y Antonio Flores se me acerca y me susurra "y si la muerte viene a visitarme, que me lleven al sur donde nací, aqui no queda sitio para nadie, pongamos que hablo de Madrid"

No hay comentarios: