Con los dedos de la mano

Aunque soy perro viejo, esta profesión a veces me rompe emocionalmente. Hoy, en la guardia de menores, he asistido a dos chavales para los que su madre había pedido una orden de protección y alejamiento por las amenazas que sufrían ella y su marido por parte de los jóvenes. Cuando ha declarado el mayor de diecisiete reconociendo lo cierto de las amenazas se ha venido abajo en medio de un ataque de llanto que le desocmponía aun más pues, según él, no se debe llorar ante nadie. Su relato ha sido el de la casa de los horrores, un "hogar" en el que desde hace más de un un mes la nevera está cerrada con candado y no se les prepara comida, en el que el marido de su madre, auténtico yonki que se pinchaba en los huevos delante de ellos porque ya no tiene hueco en el que hacerlo, auténtico maltrador, lleva pegándoles desde pequeños, hasta que, efectivamente, se han hecho casi hombres y han dicho hasta aquí hemos llegado, en el que no se les lava ni se les deja lavar la ropa, en el que su madre se niega a firmarle la prórroga del contrato de trabajo. Él lo reconoce, ha amenazado, ha plantado cara para que no le hagan a su hermano de quince lo mismo qué a él. Hoy es uno de esos días contados con los dedos de la mano en los que abrazo a un cliente que como un niño me echa los brazos, en los que la fiscal que suplía a su madre en el acto con la excusa de ir a por pañuelos para el chaval ha salido llorando del despacho, mientras el fiscal instructor acordaba archivar el expediente con los ojos enrojecidos y que los menores fueran a un centro de protección. Son de los clientes contados con los dedos de la mano que disponen de mi móvil, de los pocos que piden por favor ir a un centro, salir de su infierno, de su casa. Es uno de los días que se pueden contar con los dedos de la mano en los que las instituciones funcionan.

- No quiero que le pase nada a mi madre - dice el chico- la culpa supongo que es de todos.

- Si, -dice el fiscal- probablemente la culpa sea un poco de todos, pero tu tienes diecisiete años, tu hermano quince y ellos cincuenta, la responsabilidad no es la misma, ellos tenían el deber de cuidar de vosotros.

Estoy contento de haber podido echar una mano. Ojalá que les vaya bien en su nueva vida.

No he llorado de milagro, no debía, pero alguna lágrima ha estado a punto de resbalar por mi mejilla.

No hay comentarios: