Cuento chino


La china del Hiper Li sonreía con mueca de no me entero, esa que sólo los chinos saben poner, sin mirar a la cara porque sus rasgados ojos vigilaban con rápidos movimientos al resto de la gente de la tienda para que nadie hurtara nada. Entre tanto, la vieja de oscuros estampados y abanico de colores made in china, la misma del bulevar, lanzaba su discurso, imparable, prescindiendo de la audiencia.

- ¡Qué si tiene pasadores para el pelo! -gritaba al también sonriente anciano chino de detrás del mostrador.

- Peldón señola, es mi padre, no habla español, llegó dos meses - dijo la china haciendo como que la miraba.

- ¡Qué invasión!, esto ya no parece España

- A ve pasadole al fondo.

- Entre vosotros, los rumanos y los húngaros esto no es lo que era - dijo la vieja tratando de recordar si había visto alguna vez un húngaro. A mí- prosiguió- me gustaba más España cuando era España.

Pagó el pasador beneficiándose de los precios de la inmigración, fuera de horario comercial. "Adios glacias" - se despidió la dependienta sonriente obsequiándole con unos carmelos y una china sonrisa- y salió de la tienda con pasos torpes muy pendiente de no tropezar, de no caerse.

La impertinencia, al igual que la prudencia, se acentúan con la edad.

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