Con un regusto de vino en la boca, mi voz, la de adentro, la que sólo a mi me habla, se muestra afónica como antes, apagada por un tañer de campanas que —desde esta madrugada—, resuena incansable en mi mente remedando su nombre
Be-lén Be-lén Be-lén Be-lén Be-lén Be-lén
Cierro mis ojos, cansados de mirar la pantalla de ordenador,
y veo —como entonces—, desde un carro tirado por mulas
el atardecer sobre Cabeza del Buey
Cierro mis ojos, cansados de mirar la pantalla de ordenador,
y veo —como entonces—, desde un carro tirado por mulas
el atardecer sobre Cabeza del Buey
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