¿A qué has venido?

Sus enormes ojos no paraban de derramar lágrimas de ausencia mientras, con un pañuelo en el pelo, un viejo chándal y con la manos enguantadas en látex, limpiaba los armarios de la cocina como si le fuera la vida en ello. <<¡Maldito amoniaco!>> -se engañaba al tiempo que secaba el torrente que no cesaba de recorrer su rostro levantando el hombro y girando la cabeza. En ese momento picaron en el telefonillo, era él. Apresuradamente, sin desprenderse de los guantes ni el pañuelo, enjugando su rostro con el antebrazo mientras se dirigía a la puerta. Abrió y al verle parado allí sin decir nada le espetó: <<¿Has venido por sexo o a quedarte?>>

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