Reflexiones en el ginecólogo II


Cambió el Hola por un Diez Minutos de mayor solera, empezaba a agobiarse. Una de las parejas está contando al resto que esperan a su cuarto hijo. Son más o menos de su edad. Estos durarán al menos hasta que los niños sean mayores se dice—. Quizá esa sea la única forma de que una relación sea, si no estable, duradera.

La pareja experta hace cálculos económicos para los novatos. Tanto cuestan los pañales, la ropita, bueno sirve de unos a otros, además, mujer, siempre te regalan —afirma la chica—, la leche... Los rostros de la pareja estéril se van tornando cenicientos y ella no puede evitar sentir vértigo. ¡Cuánto dinero! Descartado. Cada vez lo tiene más claro, no quiere ser madre. Ella siempre ha querido ser una mujer independiente, y en eso, en serlo, se le va bastante más de la mitad del sueldo que gana en la redacción de la revista. Hay meses que paga el alquiler, los gastos de luz, gas y agua y prácticamente no le queda nada más para vivir. Entonces va algún día a comer a casa de su madre, no demasiados pues, si se prodiga en visitas, le echa en cara el haberse empecinado en trabajar en la revista y ser escritora, en vez lugar de haber aceptado el puesto en el gabinete de prensa de una institución oficial que su padre, a través de sus amistades influyentes le había conseguido.

— ¿Doña. Carmen Luengo? —preguntó mecánicamente la enfermera tras acompañar a la pareja estéril a la puerta.

— Pasé usted, señora —le disparó la veinteañera de voz metálica a bocajarro, hiriéndola en la vanidad.

— Buenos días —saluda algo aturdida al ginecólogo, no por rubor, sino porque el olor a desinfectante siempre le ha mareado.

Buenos días. Pase ahí detrás del biombo y desvístase.

Siguiendo las instrucciones, se coloca tras la mampara y comienza a quitarse la ropa. Piensa que, si te van a ver como Dios te trajo al mundo, no tiene mucho sentido lo del biombo, salvo para eliminar todo el sesgo erótico que el acto de desnudarse ante alguien pueda tener. “No te desnudes todavía, espera un poco más... que la verdad no es lo evidente, sino su mitad” tararea mentalmente mientras se coloca la minúscula bata verde que le ha tendido la enfermera.

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