Reflexiones en el ginecóloco I


Hay cinco hombres en las sala de espera, que, sentados junto a sus respectivas mujeres, les sujetan la mano. Cuatro tienen una estúpida sonrisa dibujada en la cara, el quinto tiene un gesto contrito. Les observa mientras pasa una a una las hojas un Hola de hace tres meses sin prestarles atención. Cuatro embarazos y un aborto —infirió—, ¿o será un problema de esterilidad? Le disgustaba que hubiera hombres en las consultas de los ginecólogos. No que hubiese doctores, eso le daba igual. Le molestaban los acompañantes de las mujeres panzudas, se sentía observada por ellos. Nunca se había planteado tener hijos. ¿Cómo voy a educar a un niño si no soy capaz de educar a mi perro? —solía decir cuando le preguntaban—. Trompo era un chucho malcriado que últimamente pasaba más tiempo en casa de su madre que con ella. Esa misma mañana ha pasado a verles —a su madre y al perro— y ha salido al jardincillo del adosado a recibirla. Muérete, Trompo, ¡muérete! —le ha ordenado, como siempre—, y el perro se ha tumbado sobre su espalda con las piernas hacia arriba sin dejar de mover la cola. Es la única gracia que ha conseguido que aprenda, y no del todo bien, porque —se dice—, si está muerto, ¿por qué diantres tiene que mover el rabo? Su madre se ha empeñado en acompañarla, pero ella se ha negado en redondo. A esta edad es humillante ir al ginecólogo con tu madre.

Una pareja sale del gabinete acompañada por una joven enfermera que no deja de soltar cursiladas en —como dicen los ingleses— parentese: ¡ay qué chiquitín! Ajo, ajo... Ella camina como las muñecas de Famosa del anuncio que había en televisión cuando era pequeña; él, un buen espécimen de espaldas anchas, lleva al niño en brazos. Se acuerda entonces de su amiga Inés, que ha tenido un hijo, del proceso de selección que llevó a cabo para elegir padre y de las risas que hacían los viernes por la noche en su apartamento, entre vinos y canutos, comentando las cualidades de los candidatos probables, improbables o imposibles. Inés puso tanto empeño en hacer pruebas selectivas que al final no supo de quien era el crío.

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