El templo de tu cuerpo

Coronado de laurel, envuelto en mi capa azul, me presenté en la fiesta del Templo de tu cuerpo como César, sintiéndome como dios, me embriagué con el nectar de mi reprimido exhibicionismo que rebosaba de cada copa de la que bebía; danzaba mientras mi túnica blanca se movía liviana y al compás; aspiré del humo de la hoguera de mis vicios hasta intoxicarme y el cénit de la gloria marcó el inició del crepúsculo de los dioses: la caída de Roma; vi al emperador postrado sobre una cama, su humana naturaleza hacía sudar frío a su cuerpo, pero su alma era divina. Dios y el hombre escindidos para el juicio del postrero día, despojándose de los colores de la pureza.

- Anda que ¡cómo estabas ayer!

- Yo me encontraba bien.

- Pues no lo parecía, desde luego...

- ¿Acaso hice algo mal?, ¿insulté a alguién?, ¿metí la pata?

- No

- Entonces no me digas esto, no me hagas sentir culpable, porque yo estaba estupendo.

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