Cuento de Navidad

El 2000 nos sorprendió con la prematura llegada de Pedro y Felipe, tan pequeños que parecían conejitos recién nacidos. Fueron momentos difíciles, de dos caras, la que poníamos de alegría ante las niñas para no estropearles sus fiestas, su Navidad, y la que a solas nos salía del alma. Cara de preocupación ante cada una de las complicaciones que iban surgiendo, de miedo ante las secuelas y de terror a la muerte que sólo superé por el espíritu de la siempre optimista Toña, esa mujer que es motor de vida. Se acercaban los Reyes y a la carrera entre visitas a la UCI de neonatología, compramos los juguetes de las niñas. De los pequeños no nos acordamos, intubados y llenos de cables, cómo pensar en juegos. Cuando el día 6 de enero por la mañana nos presentamos en el Hospital de La Paz, cada uno tenía junto a su incubadora un enorme peluche envuelto en papel celofán. Me acerqué a una de las ejemplares enfermeras y médicos que los cuidaban y pregunté:

- ¿Quién ha traído los regalos?. Lo digo por colaborar, por ayudar con algo.

- Los Reyes Magos.

- Venga, en serio, dime.

- ¿Es que no crees en los Reyes Magos?.

- Sí, a partir de ahora, sí. Gracias

Aun tuvimos que esperar hasta abril para recibir nuestro regalo, llevarnos a los niños a casa. Desde entonces, no dejo de agradecer a esos peculiares Reyes Magos y su ciencia el presente que nos hicieron, y a mis cuatro hijos, con sus ojos brillantes y sus canciones, haberme devuelto la Navidad que me habían robado hace años.

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