Dígame


Cuando era pequeño no existía en mi pueblo el teléfono "automático", las llamadas se realizaban a través de una centralita con operadora a la que le decías el número, inlcuso bastaba en ocasiones con el nombre de con quien querías hablar. Si era la conocida de mi abuela quien te respondía al descolgar le podías pedir sin más explicación que te pusiera con tu casa. Era un tiempo en el que las conferencias había que solicitarlas y la mayoría de las veces te respondían: "tiene demora". Tal vez la pérdida de la niñez y de la calidez de esos teléfonos de pasta negra sin rueda ni teclas hizo que mis habilidades al aparato sean nulas, aunque no tanto como las de mi amigo "el Niño", con el que los diálogos son dignos de una película francesa:

-Hola

-...(treinta segundos) Hola

-¿Qué tal estáis?

-...(cuarenta segundos)... Bien y vosotros

El caso es que soy un mal comunicador teléfonico, más aun si la llamada es por el móvil y me pilla en la calle, así que nadie se sorprenda si en su auricular parezco un tipo taciturno, seco y antipático. Del mismo modo, pocos son los que pueden esperar de mí una llamada personal, la familia y algunos amigos con los que la confianza ha roto la barrera de la telefonía.

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