Orgasmos contables


El contable de la empresa pasaba los días con sus noches a la luz del flexo entre facturas y albaranes. No era viejo, pero vestía como si lo fuera, de lunes a jueves con trajes tres tallas más anchos que su medida y corbatas estrechitas como sus miras, de color gris. Los viernes, traje azul estrecho y corbata ancha una cuarta por encima del ombligo, salía una hora para pasear con su novia, la directora financiera, por el parque cercano. Una vez al trimestre la llamaba con urgencia, sólo se empalmaba cuando le cuadraba el balance, y lo hacían allí mismo, apresurados, en la mesa, con la cabeza de ella reposando sobre el mayor y el diario y los pagarés esparcidos a su alrededor. Cuando terminaban sonreían en silencio pensando en el cierre anual, en su gran momento.

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