Estoy en un local de esos en los que se escucha la música del verano, a los que acude gente guapa, alegre y extrovertida, rodeado de ellos, algunas se acercan a coquetear conmigo y en ese momento me siento el rey del mambo. De pronto, una fuerte discusión sobre una consumición me saca del ensueño y me devuelve a la realidad de la cocina del chalet, la música de los cuarenta, Toña que me hace una caricia y mis hijos que discuten por un cuenco de patatas fritas y una cocacola; y es que las vacaciones siempre tienen para mí una parte de realidad y otra parte de ficción.

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