Lo malo de dejarse llevar por la ira, aunque uno tenga razón en sus plantemientos, es el mal sabor de boca que queda después el resto del día, cuando ha desaparecido el enfado. En cualquier caso, más vale una vez rojo que ciento amarillo, aunque no dejo de admirar a las personas que fría y calculadoramente son capaces de enfrentarse a las cosas sin pasión. Dios tampoco me dio ese don.

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