La niña pija

(Cuentecillo: Mundos irreconciliables)


Miruca (con c, of course) siempre tuvo lo que quiso, y al llegar a los quince se le antojó un nuevo muñeco, Perico “el Petas”. Ella y su pandi se fijaron en esos gamberrazos un día mientras paseaban por el parque, cuando se les acercaron con la intención de tocarle el culo a Pituca. Fue entones cuando repararon en que esos chicos parecían más monos y divertidos que sus amigos de la adoración nocturna y despertaban “un nosequé” hasta entonces dormido por debajo de su cintura. Comenzaron a buscar todos los días “al Petas” y su amigo “Kike el palizas” (con k de kojones) y se colgaron a los “macarras” de un brazo y el bolso de Loewe del otro.


Había muchos otros alicientes para ir con la peña del “Petas”: se atrevían a tocarlas, por primeravez tocaron a un hombre, y además las amigas de mamita se escandalizaban cuando las sorprendían en su compañía, lo que servia para obtener más regalos de papaucho, bajo promesa de no volver más con esa canalla y para desesperación de tía Carmencita que se refugiaba en la iglesia y dejaba de martirizarla con las charlas de acción católica.


Al llegar a los diecinueve, Miruca, Pituca y sus amigas, se habían consagrado ya a la doble vida. Acudían a las fiestas del Club con los chicos de la adoración pero los jueves se presentaban en el parque a ver al “Petas” con la servired en la mano para comprarles un poquito de hierba, tomar algo y subir a la habitación del Hotel Las Codornices, donde de verdad era feliz.


Al acabar la carrera, Miruca se lo planteó seriamente, tenia que encontrar al padre de sus hijos y adecentar su vida, y “se puso en relaciones” con Albertito (“Tito” para las amigas) que terminaba arquitectura, provenía de una familia muy cristiana y le conocía “detodalavida” de los ejercicios espirituales, y así regresó a la cordura y se convirtió en señora de.


Todavía hoy, al acostarse, tras rezar el “jesusito” con sus pequeños y las oraciones con su marido, tras el beso en la mejilla, Miruca recuerda con un ligero temblor las caricias del Petas en su entrepierna, mientras este, en la prisión de Soto del Real, sueña con un hogar confortable y una mujer a la que abrazar mientras acaricia su cuerpo, recordando que una, una vez le quiso.

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