Hijo pródigo

En mi temprana adolescencia era un chico zamujo y taciturno que apenas salía de casa. Tal vez por eso, anhelaba que vinierais a casa  por vacaciones. La casa, de normal solitaria, se llenaba entonces de música, risas, anécdotas y era un trasiego de gente joven el que entraba y salía. Sin embargo, no podía evitar sentirme un poco como un príncipe destronado. Me veía privado de la intimidad de un cuarto que era para mi solo casi todo el año y,  a mi pesar sentía celos por las atenciones que os prodigaban Papá, Mamá y la Abuela de las que, para ser justos, disfrutaba yo, por entero, el resto del curso.

Mi venida a Madrid supuso para mí un cambio radical. Me sacudí, como un perro recién salido del agua, el pelo de la dehesa, inhalé profundamente los aires de libertad que, en aquellos momentos corrían  por la capital, deseché algunos dejes burgueses, y sobre todo, pude ser también hijo pródigo.



No hay comentarios: