El ministro, tras la salida del Consejo, se despojó definitivamente de la piel de cordero y de su apariencia progresista con la que, como en el cuento de las cabrillas, se envolvía. Le habían aprobado sus nuevas leyes penales. Con lágrimas en los ojos se detuvo ante los cuadros de su padre y del general y murmuró: ¡Os lo debía. por España!
En las calles, las cabrillas confiadas, seguían adormecidas,y sin temor pensando que no había peligro, sin ser conscientes de que un balido libre en un medio público podía ser castigado como alteración del orden, como un atentado.
El lobo y las cabrillas, ¿mi último balido?
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