Adicto


Adicto consciente —que no responsable—, le gusta beber hasta que, en la embriaguez, nota gorda la lengua que arrastra al silencio sus palabras, que roza los dientes, que a su contacto se afilan, de vampiro, ansiosos de libar el flujo de sus más recónditos pensamientos, de los anhelos inconfesables; fumar hachís hasta que se escinden en mil, a mil por hora en loca carrera y pierden el gris de lo cotidiano para tornasolarse, caleidoscópicos, aparentemente coherentes, vívidos y tangibles. Cuando lo hace, se habla como nadie se atreve a hacerlo, se cuenta secretos inconfesables con frases sin letras que cantan los coros de ignotas sinfonías intranscribibles al pentagrama, sin tinta ni voz, que esconden los renglones de su vida que nadie, jamás, leerá, los de la mentira en la que se instaló hace tiempo.



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