La puta de la esquina del despacho y el abogado de oficio y pleitos pobres se conocen hace años y se saludan con simpatía. Es mucho lo que les une, ejercen por vocación y, a estas alturas de la escalada, ni podrían ni sabrían hacer otra cosa que venderese barato. Los dos tienen clientes antiguos a los que hasta regalan sus servicios, no tanto por amistad como por costumbre, por no discutir, porque el cliente chulo se cree con derecho a ello y la humillante claudicación es otro más de los encantos de su profesión.

No hay comentarios: