Neurastenias urbanas


Hay ocasiones en las que más vale que uno se esté quietecito. El otro día caminaba yo feliz y despreocupado por la calle cuando un ruido de hierro chocando contra el suelo llamó mi atención. Me fijé entonces en un coche que tenía casi desprendida una pieza. El coche paró en el paso de cebra más próximo y decidí actuar como ciudadano ejemplar y persona de buenos sentimientos. Me acerqué y miré por la ventanilla a la conductora, que en ese momento estaba distraida. Al acercarme la chica levantó la cabeza, comencé a hablar pero ella no me escuchó, su rostro se contrajo y su mirada mostró ese pánico del que sólo los urbanitas somos capaces. Arrancó casi atropellándome y me dejo hundido en la miseria con esa sensación recurrente de ridículo que reaparece desde los trece años.

No hay comentarios: