Las noches de los viernes, borrachos, calientes, desesperados, los niñatos de la Sala Arena salen en tropel. Algunos de los que no han tenido suerte con las pivas de pirata y tanga abordan el sexshop de la plaza de los Cubos. En las cabinas de vídeo abren la portezuela del hueco de los sexos sin rostro, la del glory hole, dejando tras las maderas del cubículo los restos de unas relaciones anónimas que, probablemente, jamás reconocerán.
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